LLeida.



La felicidad no reside sólo en las personas -como piensan los que son infelices- sino en los lugares, impregnando sus paredes y envolviendo los objetos, sobretodo los objetos, flotando en la atmósfera y tiñéndolo todo de un color que es el autentico color de las cosas” (Pablo D'Ors, 2003, p. 86)


Es habitual que amemos las cosas cuando comenzamos a echarlas de menos, las extrañamos, nos llega la morriña, la nostalgia. La vida me llevo a pasar siete años fuera de casa, fuera de Lleida, desde el 2004 al 2010, lejos de mi familia, de mis amigos, de mi biblioteca, de mi Segre, de mis Campos Elisios, de mis calles.
El termino 'nostalgia' fue introducido por Johannes Hofer en Dissertatio medica de nostalgia en 1688. Expresaba un dolor conectado al deseo de volver a un lugar lejano. Acuño el termino nostalgia de la unión de las palabras griegas, “nostos”, retorno y “algos”, dolor. María Moliner en su diccionario del uso del español nos señala que la palabra nostalgia es de creación moderna. Implica claramente un estado de añoranza, una tristeza por estar ausente de la patria, del hogar, de los seres queridos.
Pensaba que la nostalgia era una enfermedad que nunca me atacaría, por lo menos no hasta la médula. Los argentinos llevamos dentro esta tristeza por lo abandonado gracias a los gallegos y la morriña de su mar y a los napolitanos y sus canciones al Vesuvio. La imagen que tenía de mi misma era la de una nomade, una viajera que no amaría nunca un pedazo de tierra o que nunca se sentiría identificada con un grupo de personas. Pensaba que era una argentina distinta, una bonaerense que no sentía dolor de estar lejos, Volver me parecía un tango bonito que debía cantar cuando llegase a Buenos Aires sólo porque era el momento justo, nunca pensé que podría sentirlo mio cada vez que vuelvo a Lleida, ni que Almodovar se lo hiciese cantar a Penelope Cruz. Es posible que no me este explicando bien y que muchos argentinos me piensen traidora, pido condescendencia, no se trata de desamor a mi país de nacimiento, se trata de darle gracias por haberme educado en la adaptación a un bombardeo continuo de distintas identidades. Llegado el momento, estas enseñanzas me ayudaron a vivir Lleida, lo que me sorprende es que llegaría a elegirla como la ciudad donde quiero envejecer, donde me quiero bajar de avión y ahora hasta aeropuerto tengo.
Mis viajes, nuestros viajes con Sonia, siempre tenían un final feliz en casa, siempre supe que allí me espera mi padre, con el que me gusta pasear porque aún me dice “vos que estas más cerca del suelo levanta esa arandela” y mirando al suelo descubrimos un nuevo cartelito que nos ha puesto el Ayuntament en la acera y nos anuncia que estamos dando un paseillo por el trayecto saludable de la ciudad o cuando intento caminar con él por la Calle Mayor y es imposible llegar a destino porque todo el mundo lo para, porque a estas alturas el Argentino es una institución, a veces no sé como hace la gente para entenderlo, mientras yo aprendí catalán porque necesito ser escuchada, los amigos de mi padre aprendieron lunfardo para entenderlo a él. Lleva veinte años comiéndose con el camión los balcones de los pueblitos de calles estrechas de la Catalunya norte y defendiendo los brazos de nata de mi tío, creo que le tiene un profundo afecto a este su nuevo mundo y este afecto es un bumerang.
Allí me espera mi madre con su paciencia, su comino, sus libritos de novela histórica, de biblioteca claro, no se va a comprar ninguno, no vaya a ser que gaste, su terraza tipo jungla, sus bonsai de naranjos y con la habitación más soleada de la casa donde nos manda a dormir cuando ella ya no puede más.
Esparcidas por Catalunya, a sólo una hora de tren están mis amigas, entre las que incluyo a mi tía y a mi prima. Son de esas gentes que no te abandonan nunca, de esas con las que podes meterte en la cocina y contarte la noche anterior sin que los prejuicios les tapen las orejas.
Allí están mis calles que como la magdalena en en el café con leche, cada una me trae un aroma distinto acompañada de un recuerdo inolvidable de juventud: la nevada del 90, la apertura de Cottón club, las patatas bravas del Iruña, el Mala Saña, El Sisbris, El Paso, El Penta, el humo del Roma con Julian y Alicia en la cocina, padres adoptivos de más una generación de universitarios, que al fin y al cabo no son un recuerdo, la gente esta viva y a veces es bonito ver como todo cambia para que nada cambie.
Allí esta Carre Caballers, con sus puntos de intentos de normalización esparcidos por el Ayuntamiento y sus trasversales marginales mucho más interesantes, produciéndome un sentimiento de seguridad para algunos inexplicables, si ¿qué pasa, te sorprende lector? La seguridad que produce todo lo conocido.
Me siento orgullosa cuando los Zalazar me saludan si me ven cerca de la Mariola o en el mercado, me gusta el día de mona aunque reniegue de comer tanto, me gusta el caganer en cada pesebre, faltandole el respeto a Jesuscito y explicandole que Catalunya fue y es un poquito republicana.
Podría detenerme aquí a describir cada pedacito de Lleida que me trae una historia, pero no vale la pena, cada uno de nosotros tiene en sus espacios vividos un recuerdo imborrable. Nuestros mapas mentales nos dibujan el pasado y nos señalan el camino que queremos recorrer en el futuro.
Mi desarraigo de José C. Paz, pasó sin dolor, no tuve tiempo para pensar ni de dónde venía ni a dónde iba, simplemente deje que Lleida me enamorara de apoco, sin darme cuenta. Me enfade con ella, la traicione, me fui, pero cuando el tiempo de vida cotidiana que pase fuera fue largo, me arrepentí.
Es posible que los catalanes me vean hasta la muerte como una argentina ¿viste?, que cuando se quieran divertir me digan sudaquita o imiten mi acento que les suena dulce y gracioso, pero a estas alturas sé de donde provienen esa bromas, de gentes que vieron el esfuerzo de muchos argentinos por trabajar en y por Catalunya. Estoy segura que muchas identidades argentinas se han creado en el rechazo de la comunidad donde están viviendo, pero esa si que es otra historia. Las experiencias de vida son siempre distintas, meternos a todos en la misma cajita no es justo. Pero lo que cuento yo aquí es mi propia experiencia y mi educación argentina me hace apreciar el valor de la amistad que me llevo a la integración.
Cuando llega la enfermedad de Ulises, cuando volver se hace necesario como respirar, la nostalgia toma el sobreviento, el peor sitio del mundo se convierte en tu paraíso si en él esta tu lugar en el mundo. No es el caso de Lleida que crece como mis alumnos adolescentes, a veces se pone tonta y hay que darle un toque, pero quizás sea eso los que más amo de Lleida, esta viva, crece, es una ciudad donde los cuarentones aún estamos vivos, donde los paseos al sol son siempre posibles a pesar de la boira, donde los abueletes tienen siempre que contarte algo nuevo, donde la Seu mira a todos los barrios como una vieja madre protectora, a la que hay que proteger de todos los malos aires que se comen su cuerpo rocoso y claro esta, es el único sitio del mundo donde el asado y los caracoles se comen mezclados y en buena compañía.




La foto esta hecha desde la terraza de mis padres.

Comentarios

  1. Francament, m'ha agradat molt la teva reflexió sobre la nostàlgia, la seva etimologia i sobretot el sentit personal que li dónes. Els anglesos tradueixen el terme compost grec d'una forma original i directa: "homesicknes", que significa literalment "malaltia de casa" o "dolor de casa"... però que lliurement vol dir "dolor per l'absència que patim de la casa..." De fet, el més important de tot plegat és haver trobat una casa que puguis enyorar. Primer és la casa, després s'entén l'enyor... i l'enyor no és només de la casa sinó també de les persones, de les coses. En definitiva, del que hom estima.

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  2. Hermosa declaración de pertenencia:ojalá escribas más detalladamente sobre cada rincón de Lleida.
    Esas calles ya son tu memoria.

    En el poco más de medio año que viví en Ushuaia-por convite laboral de Claudia Migliore-sentí mías esas calles y ese paisaje.

    Un abrazo, amiga.

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