De ecología y tecnología.

Atado con Alambre
Cuando alguna cosa en la casa o el coche de mis padres no funcionaba bien por falta de contacto, si esa historia de polos positivo y negativo, cuando se caía el carburador o el estante de la nevera, mi padre decía: “atalo con alambre”. De hecho menos el perro y los niños (que nunca funcionan bien del todo) aquello que no marchaba como debiese se ataba con alambre. Tipo Mac Giver. La silla rota, la percha, el portón del jardín, el radiocasete...
Me crié en la época del reciclo inconsciente, de ese que habla Galeano, era la época en que la ropa pasaba de niño en niño, los platos de plásticos los veíamos una vez en toda la infancia y las sobras de comida se le daban al perro, no quiero repetir aquí lo que dice ya el autor en el texto que corre por la red. No existía conciencia ecológica simplemente no había acceso al consumo desenfrenado de estupideces y te arreglabas con lo que tenías, reinventabas los objetos o los atabas con alambre. La solución más que dramática era rústica, pero las cosas eran susceptibles de ser atadas con alambre. Todo era más grande y fuerte. Si la cosa en cuestión no se podía atar con alambre le ponías un alambrecito o como decía mi abuelo: buscate un torniyito y se lo pones haciendo palanca.
No creo en absoluto que los tiempos pasados fueron mejores, creo simplemente que la cotidianidad era más creativa. Así perdíamos dos horas intentando que el torniyito hiciera palanca en el contacto de la pila, o en los ejes del Ejecut del radiocasete.
No sé si a todos los que hemos crecido en esa época les ha quedado esa costumbre rara de arreglar las cosas, a mi si, sobretodo porque a mi las cosas se me rompen o las rompo, según como se mire y como soy muy condescendiente conmigo y me perdono. Pienso que las cosas se me rompen porque están mal hechas, no porque soy una especie de elefante en una cristalería.
Un ejemplo: mi último trabajo consiste en realizar una serie de entrevistas para un librote que no viene al caso resumir aquí, la cuestión es que ya no voy como hace quince años con mi miniradiocasete de un palmo y mis casetes de cinco dedos a grabar a las personas damnificadas por mis preguntas. Voy con mi microcoso (no sé el nombre) o grabo la conversación directamente a mi PC portátil que hace de todo menos barrer.
Al estar acostumbrada a las cosas grandes y fuertes, a esas susceptibles a ser atadas con alambre, no trato como debería mi microcoso y todo termina como al principio pero con cinta adhesiva. A ver si me explico, el microcoso no hace contacto con los auriculares minúsculos de los chinos que se me hacen pedacitos en las manos, me concentro en pensar una hora y media en como solucionar el problema del contacto para que llegue el sonido a mis oídos, por medio de unos auriculares que terminan pegados a mi orejas y a mi pelo con la cinta adhesiva. El enchufecito que traslada el sonido del microcoso a los auriculares termina pegoteado con cinta al cable para que no se mueva. Y recién ahí después de dos horas de pelear con el enchufecito, los auriculares, el microcoso y la cinta adhesiva puedo meterme a trascribir las entrevistas. Dicen que en realidad no quiero trabajar y que por eso doy vueltas y que con tanta micro tecnología todo debería ser mas rápido.
Resignación todo debería ser más rápido ¿Y por qué? Hago un elogio a la lentitud, mi abuelo y mi padre (quién no ha perdido esta sana costumbre) perdían horas arreglando enchufes, buscando el torniyito o atando con alambre, por que no puedo perder tiempo yo con la cinta adhesiva. Es sano para el medio ambiente, me relaja, es verdaderamente terapéutico enojarse con Mao, la revolución cultural y el sistema de producción chino y por último y no por ello menos importante me recuerda mis antepasados, el único problema que encuentro yo en este asunto de hacer funcionar las cosas con cinta adhesiva es sacarme la cola de los pelos. Era decididamente mejor el alambre.
Hay veces que a las entrevistas puedo llevar mi super PC portátil, ponerlo en marcha, darle con la flechita del ratón al verbo grabar y ya esta. Luego en casa el trabajo de transcripción se acelera con un programa destinado a escuchar archivos de audio, en dos horas llevo cuarenta y cinco minutos de entrevista y los hay más rápidos que yo. El PC ha pasado a ser un apéndice de mis manos y mi cerebro y me obliga a ser eficiente. Cuando el PC se rompe comienzan mis delirios, mis fatigas y mis lamentos dramáticos, me tiro los días a la marcha y al vicio, no hago nada. Aparte de lo delicioso de la perezosa situación, comienza a desatarse en mi el tema de la cinta adhesiva, y comienzo a preguntarme ¿y si lo atase con alambre cuanto dinero perdería Microsoft?. 

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