La rosa.



Me han pedido que cambie un articulo que lo haga más acorde con la publicación a la que va destinado. Me han pedido que saque mi sentido del humor a relucir. Pero hay días como hoy que no me sale.
No me sale, no me sale, no me sale... hay momentos como este que no hago más que mirar la luna, ese momento cuando todo el mundo esta cenando y yo ya voy por el cigarro. Es esa hora en que se cae el día y con él toda la melancolía parece desperezarse, esa hora donde empieza a anochecer y refrescar. Miro la luna incipiente y miro mis plantas, hay una rosa de la que estoy especialmente orgullosa. Es septiembre y sé que se ha de podar antes del invierno, pero ahí esta llena de flores, sigue su curso evolucionando como le corresponde a una rosa y además no sé podar nada, sólo sé regar. Cuidándola me he sentido como el Principito, a veces bien, a veces esclava de mi rosa. La rosa crece y yo me quedo mirándola bien pasmada, me pregunto porque si yo estoy triste ella esta así de feliz, tanto como en primavera.
Hay anocheceres como los de hoy en que me pregunto donde vamos y todo por una rosa.
Yo sé donde voy y que es lo que quiero, es una de las cualidades de los inmigrantes, no solemos ir al boleo por la vida, pero pertenezco a una comunidad y de esa comunidad también depende mi propio crecimiento y este parece que se esta yendo al garete.
Doy una vuelta por internet y me viene a la memoria El libro del desasosiego. Mi individualidad prevalece y me siento como Benedetti viendo la lluvia caer a través de letras invertidas... , entra el fresco por mi ventana miro a la rosa como quien mira a la Meca y comienzo a agradecerle a la ciencia las pocas certezas a las que me acojo y le recrimino la posibilidad que me ha dado de entender algunas otras que pasan a mi alrededor, las ciencias o son empáticas o no deberían existir. Le recrimino poder entender a la señora que le grito “puto inmigrante” a un árabe en el autobús, es obvio que si ha llegado a ese límite es por ignorancia, falta de recursos económicos, escolares y humanos, de esos que se consiguen y se aprenden en sociedades donde se tiende a gastar más en educación que en bancos y en armas, que vienen a ser lo mismo. Para esta señora es mucho más fácil entender un slogan barato que salta de la boca de un político, que leer una tabla de datos económicos donde los números cantan lo que hemos dado los inmigrantes a esta tierra.
Mi corazón y la razón casi siempre están de acuerdo, pero hay días como hoy que la ciencia no me sirve, no me hace ver las cosas con sentido del humor, hay días como hoy que mi corazón llora y la brisita de la ventana me endurece el alma. Hay días como hoy en que veo al mundo desgraciado, resumido en un lucha cruel por los recursos, me enfado con Darwin y me pregunto porqué siempre ganan los más fuertes. Y cuando vuelvo a la imagen del autobús, me doy cuenta que los fuertes somos nosotros, los inmigrantes, los que tanto pelearla sin gritar, asumiendo y aceptando muchas veces un lugar que no nos corresponde, sobrevivimos. La pobre señora que grito “puto inmigrante” tenderá a desaparecer, no se adaptará al nuevo medio y posiblemente continuará a pauperizarse. Y a esta gente débil es la que usan esos otros, los de la cruz gamada, los ultra nacionalistas, los racistas extrovertidos y los ocultos y para qué, para enriquecerse, para apoderarse del sistema, para degradar a esa misma señora, cuando ya no les sea útil en su sociedad hiperxenofoba y con el corazón hiperatrofiado. Una sociedad donde los niños que no cumplen con los requisitos que se les imponen son marginados, donde si eres pobre eres un bago, donde si no puedes pagarte la hipoteca eres un fracasado, donde una señora pobre, anciana y, que el azar no quiera con una minusvalía , no tiene cabida. La marginación al inmigrante parece ser el principio, el inicio de una Europa que no quiere asumir su superdiversidad. 
Esta bien, admito. Este anochecer estamos solas, mi rosa y yo y así será por muchos días. Ella crece y yo me hago más pequeña y más egoísta, no tengo ganas de tanta realidad. Por hoy cierro la ventana, no hace falta saque la cabeza por ella para ver si llega el jardinero que pode la rosa o el que arranque de raíz la sinrazón del racismo.  

Al compañero Joan que se enfrento al racismo cotidiano en el autobús de Lleida a Mollerusa.

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