Relax?

Mis días acaban a las 6. Entro a casa con la bolsa de la carnicería y de la verduleria. Me recibe Bob Dylan y mi hijo golpeando a las puertas de la nevera. Vacío las bolsas. Astor me propone Satchmo y yo un mísero te.
Después del trabajo, la Escuela oficial de idiomas y el reverendo inglés, mi clase de conducción en la estupenda compañía del profe Lluis y su santa paciencia, la compra y  finalmente el sofá, Satchmo y mi hijo que merienda te y galletas de arroz con Nutella. Perfecta paz. Mis gatas no se sienten. Comienza a pasarme por la garganta el te calentito y por el cuerpo un maravilloso bienestar. Todos en casa, todos en calma. Éxtasis místico. No hay denuncia a "Cafe amb llet", no hay reducción de salarios a los funcionarios, no ha subido el IVA, no hay mineros en paro, no hay que pagar por la sanidad, no se recortan las ayudas sociales, todo el mundo paga impuestos, el Rey a muerto, Undargarín no existe, han quemado la sede de Intereconomía, Rajoy fue al logopeda, Zapatero hizo de socialista cuando debía hacerlo, la gente fue a votar el domingo en Galicia y perdió Feijoó, los inmigrantes no han perdido sus derechos como ciudadanos, las mujeres ganan lo mismo que los hombres, no existe la prevaricación, los bancos son honestos, ha dejado de existir el sistema financiario, las casas son de la gente y la tierra para quien la trabaja, las escuelas tienen profesores de inglés y el menú escolar cuesta 2euros,  las cooperativas prosperan, no hay que ir mendigando para hacer cultura,  y hasta tengo novio que usa perfume. Vamos el paraíso, puerta de la imaginación, de mi sofá.
En eso estaba yo fantaseando cuando siento ruido estridente, como si alguien estuviese arrugando una de esas malditas bolsas supuestamente biodegradables en mi oreja. Pasa corriendo mi gata pequeña. Llevaba enganchada la bolsita de la carnicería en forma de capa. Corría como alma que lleva el diablo. Entre las patas de los sofás, entre las sillas y las poltronas. A la Sra Sofi, nuestra vieja gata, le sobrevino un ataque de nervios y comenzó a correr en sentido contrario a la pequeña. En unos segundos la bolsa se desengancho de las patas de Pantera (Panti, para los amigos) y todo volvió a la calma de Satchmo y el te. Pero nada era igual que antes del ataque de la bolsa neurotizante. Astor y yo no podíamos parar de reír. Porque a los  traumas cotidianos siempre le encontramos la solución de la risa. A los más grandes, esos que están fuera de la puerta de casa no le estamos encontrando remedio.

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