Señores hace falta mucho más que hablar para hacernos llegar a la petite mort.
Una
compañera de la revista laQuera
planteo un debate a partir de una frase de la mamá del realismo
mágico Isabel
Allende: "Las mujeres tienen el punto G en el oído, el que
busque más abajo, esta perdiendo el tiempo".
Allende sabe como ninguna otra autora hacer mágica la realidad.
¿De
qué nos esta hablando esta mujer? ¿quizás de amor romántico?
Pues
del amor romántico han prescindido nuestras antepasadas durante
muchos siglos.
El
romanticismo es un invento del Siglo XVI, cuando la burguesía
necesitaba títulos de nobleza y la nobleza los dineros de la
burguesía, el único modo de justificar estos matrimonios
interestamentales era inventándose el amor y el amor eterno. La
única manera de controlar las descendencias y las herencias era
controlar el cuerpo y la mente de las mujeres.
A ver quien le habla al oído a la teniente Ripley?
Se inventaron una
literatura romántica, desmontaron los cuentos de los hermanos Grimm
de una exquisita crueldad y los convirtieron en lo que son hoy.
Mientras Caperucita era un cuento para avisar a las muchachas
que en los caminos había violadores, La Bella y la Bestia era
el
metáfora de la obediencia a los mandatos paternos de casarse con
una bestia, pero si te enamoras de la bestia posiblemente la cosa se
haga más llevadera y si la bestia te habla al oído igual te
convence. En la Cenicienta se explica como es posible ascender
socialmente mediante y solamente por el matrimonio. A Blancanieves
la salva y protege un príncipe, lo que no le cuentas a la niña por
la noche, es la parte en que de tanto tomarse birras con los enanos
el amigo príncipe cría barriga y la única manera de reconquistar a
Cenicienta es hablarle al oído. Hasta Fiona se convierte en ogro a
cambio del eterno amor, Srek no se pone a dieta, no, no, pero este cuento no
es de los hermanos Grimm. Luego llegaron las hermanas Brönte y
pusieron la cerecita, con Cumbres Borrascosas y el amor entre
clases sociales, Bram Stoker, con un sólo libro en su vida,
descubrió el sufrimiento del monstruo enamorado en Dracúla
quien nos muerde en uno de los puntos más erógenos del cuerpo
femenino.
Toda
la cultura masculina fue destinada desde siglos a controlar el cuerpo
y la mente de la mujer. Se les quito a las mujeres el control de la
medicina y de su propia capacidad de curarse y curar. Los higienistas
les robaron a las brujas el poder que heredaban de generación en
generación. Se les quito la capacidad de dar a luz en grupos
exclusivamente femeninos, el médico comenzó a controlar lo que era
parte de los gineceos. Crearon generaciones de mujeres frustradas con
envidia del pene gracias al Doctor Froid y los psiquiatras y
ginecólogos experimentaron con la sexualidad femenina como si de
plantas de laboratorio se tratasen.
Y
hoy tres cuartos de lo mismo, nos llenan de películas de Meg Ryan
escribiendo mails a un maleducado que resulta un santo o se viene a
buscar a Europa sus besos franceses. La saga de los Crepúsculos
continúa haciendo fantasear a las adolescentes con encontrar su
hombre lobo particular y desde países menos privilegiados las
telenovelas nos cuentan que Sin tetas no hay paraíso. En fin
que se sigue con la misma idea de que la felicidad femenina, incluso
la felicidad física, viene dada por el encuentro con el amor eterno.
La eternidad a cambio de las alas.
Dos
amores, uno efímero y otro eterno: Tierno verano de lujurias y
azoteas de Jaime Chavarrí. Donde Gabino Diego habla, habla y
habla hasta volver loca a Marisa Paredes.
La Mujer de al Lado de
François Truffaut donde Gérard Depardieu y Fanny Ardant no pueden
hacer más que amarse física y desesperadamente hasta matarse.
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