Que tengáis 364 días buenos

 Soy una mujer, me encanta serlo, mi cuerpo tiene el poder de controlar al género humano a través de la reproducción, yo puedo reproducirme, me hacen falta espermatozoides, es cierto, pero hoy por hoy puedo comprarlos congelados. Puedo llevar faldas y maquillarme sin que nadie me desprecie. A demás de estas  prerrogativas exclusivas de las mujeres, (excepto las faldas que las pueden llevar los escoceses y los samurais) tener hijos en la barriga es cosa nuestra. Por lo tanto detentamos el poder de seguir creando  la vida humana en el planeta o si nos ponemos bordes, podemos decir basta y fin de la especie.
En un momento determinado de mi vida decidí ser benévola con la evolución y me reproduje. No salió mal el prototipo. Mi experimento tiene un papá muy majo que cumple con las funciones culturales necesarias para educar al sujeto. Pero el peso mayor de su aculturación lo tengo yo. Mi experimento me ha dicho un día que está muy bien eso de crecer en el gineceo, entre madre, abuela y tías.  El papá de la criatura me echa en cara, que a pesar de ser como soy, lo estoy criando un pelin machista, por el tema doméstico y que cuando le toca tener el experimento en su casa le tiene que reñir para que se haga la cama. Pero en realidad se está criando tal cual me criaron a mí, no di palo al agua en casa hasta los 16 años. En fin haré lo que buenamente pueda y lo que mi inconsciente me permita para que no se reproduzcan en el experimento actitudes machistas.
Se da el caso que hoy es 8 de marzo y me aparecen colgados tres mil carteleitos en el Facebook recordándome que soy mujer y que es mi día. Me encanta que se conmemore a las mujeres socialistas que en 1909 decidieron que ya estaba bien, que debíamos votar, elegir gobierno  y que nos merecíamos un día.
Luego vino el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist de Nueva York el 8 de marzo de 1911, donde murieron 123 trabajadoras textiles y 23 hombres. La mayoría de las víctimas eran inmigrantes de origen judío e italiano de entre catorce y veintitrés años de edad.
La ONU ya en 1910  descubrió que sería bueno que  hubiese un  día internacional de la mujer. Como que nos matan continuamente a puñados...
Pero la verdad, voy a ser sincera. Muchos dicen que las mejores personas son quienes siempre dicen lo que piensan, a mí me parecen unos bocazas, pero bueno, apuntándome a esa onda de la sinceridad, debo decir que me importa un reverendo pimiento que hoy sea el día de la mujer.  Es como si se me quisieran convencer de  que soy el sujeto débil de la historia después de las criaturas. Y que como tal merezco un día para ser conmemorada.
Pues no. No me interesa en lo más mínimo que  se me felicite el 8 de marzo. 
Lo que en realidad me gustaría es que algunas mujeres no aptas para ejercer el poder que se les ha otorgado dejasen de perder el tiempo con las novelas de la tele y con las novelas vitales. Que dejasen de ceder por amor, que dejasen de sufrir por amor, que viviesen la vida abandonando estructuras culturales encorsetadas, que dejen de ser y pensarse  víctimas  para imaginarse poderosas y dueñas de su cuerpo y su intelecto. La revolución feminista comienza en el momento en que dejemos de mediatizar el sexo con la cultura tradicional y aceptemos que nuestro cuerpo está cargado de feromonas. 
Me gustaría que el Estado gobernase para todos y todas, que comenzase a considerar que si nosotras nos rallamos podemos desmontarle el chiringuito. A veces sólo me gustaría que dejasen de usarnos como mano de obra de reserva y nos pagasen los mismos salarios que a los hombres. Me gustaría que dejásemos de tener el enemigo dentro, que  las mujeres se dieran cuenta que si no fuera por la lucha colectiva de las mujeres no votaríamos, no podríamos controlar la reproducción, no tendríamos organizaciones de apoyo que nos salvan la vida cuando nos topamos con un enfermo mental que nos maltrata, si no fuera por las mujeres en colectividad no tendríamos derecho ni a elegir el novio. Así que no me da miedo la palabra feminismo.
Me parecen absurdos los “días de…”, será porque no entiendo la necesidad de ellos. Me parce inútil  tener un día rosa o lila cuando nos están matando a golpes, cuando nos impiden valorar nuestro cuerpo y nuestra mente.
Escribir en estos términos desde mi púlpito me parece demagogia, escribo desde una posición privilegiada. Desde mi educación en la autoestima. Desde el momento en que mi padre me dijo que el matrimonio no tiene por qué ser para siempre, y que podía volver a casa cuando se me diera la gana, que no había de soportar a nadie, ni a maridos ni a jefes, desde el momento en que me obligo a realizar mis sueños y desde que mi madre me educo con el ejemplo de trabajo fuera de casa y el de la voluntad infinita de querer ser otra cosa más, además de madre, por todo eso soy un espécimen distinto. Quisiera  para todas vosotras una libertad enorme, autoestima y la posibilidad de educar experimentos mejores que nos acompañen siendo iguales y distintos. 

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