No me gusta la palabra raíces. Las identidades y las querencias.
Hoy
he leído este escrito en: La trobada literaria i solidaria
d'autors de diferents països, dentro de las actividades de Mirades al Sud:
Unint Cultures.
A los emigrantes que
han perdido la vida cruzando el Mare
Nostrum
Y a los que están en
el purgatorio de los CIES
No,
no me gusta la palabra raíces porque lo que tengo son querencias. Os voy a leer un fragmento del libro Orígenes
de Amin Maalouf que explica porqué no me gusta esta palabra cuando la usamos
como metáfora de lo que consideramos nuestro.
“No
me gusta la palabra raíces, y menos aún me gusta la imagen. Las raíces se
entierran en el suelo, se retuercen entre el barro, prosperan en las tinieblas,
tienen al árbol cautivo desde que nace y lo nutren a cambio de un chantaje: “Si
te liberas, te mueres”. A los árboles no les queda más remedio que resignarse,
necesitan tener raíces; los hombres no. Respiramos la luz, codiciamos el cielo
y cuando nos hundimos en la tierra es para pudrirnos. Lo único que nos importa
son los caminos. Ellos nos llevan: de la pobreza a la riqueza, o a otra
pobreza; de la servidumbre a la libertad, o a la muerte violenta. Nos prometen,
nos transportan, nos impulsan, y luego, nos abandonan. Y entonces nos morimos,
igual que nacimos, a la vera de un camino que no habíamos escogido.”
Lo
que yo tengo, lo que tenemos muchos inmigrantes son querencias. Querencia es
una palabra muy usada en argentina. Según el DRAE, entre otras definiciones,
querencia es: la acción de amar o querer bien e inclinación o tendencia del
hombre y de ciertos animales a volver al sitio en que se han criado o tienen
costumbre de acudir.
Tenemos
tendencia a volver. Para algunos es tan brutal que se convierte en enfermedad,
a la patología le ha puesto nombre el Doctor Joseba Achotegui. Le ha llamado Síndrome
del inmigrante con estrés crónico y múltiple o síndrome de Ulises.
Pero
hay una mayoría que a pesar del estrés sobrevive y lo hace dignamente. Si logra
traspasar las fronteras de la querencia original acabará amando lo que los
científicos sociales llamamos comunidad de acogida. Ya no tendrá una única
querencia. Las segundas generaciones de inmigrantes y posiblemente algunos individuos
de la primera comenzarán a multiplicar identidades.
La
sociedad nos obliga a veces a elegir. Una de las preguntas más recurrentes que
nos hacen a los inmigrantes cuando llevamos tiempo en otra nación es: ¿Qué amas más, aquello o esto? un aquello remoto y exótico que se supone
debiéramos amar incondicionalmente y que para el que pregunta o es un paraíso
terrenal o el infierno en la tierra. Cuando en realidad todos los lugares del
mundo son relativamente cielo e infierno.
Otra
manera de preguntar por la identidad es ¿Tu
qué te sientes argentina/rumana/marroquí…? Si me lo preguntan a mí, diré
que tengo múltiples identidades, que no deben confundirse con los roles
sociales. Soy mujer, soy madre, trabajadora, entre otras cosas argentina,
vecina enamorada de Catalunya y, ¿cómo no?, soy inmigrante. Como todas las
identidades, esta última también parece permanente inmutable, cada tanto me
recuerdan que soy un árbol arrancado. Pero como no tengo raíces, lo que tengo
son querencias, no me he secado. Muchos de los que estamos aquí hoy, a pesar de
tener nuestra querencia, no hemos restado, hemos sumado personas, lugares e historias
de vida. No nos hemos enfermado ni nos hemos roto. Crecemos y mutamos las diversas identidades.
Sin renunciar a lo mejor de cada casa. No nos encasillen, esta multiplicidad
puede ser un puente como dice Amin Maalouf en Identidades asesinas, entre
los que llegan y los que están. Podemos
comprender las dos comunidades, a la que llega y a la que recibe. No nos
pongáis etiquetas, porque las etiquetas nunca son inocentes, siempre remarcan
una identidad, la que conviene al grupo dominante. Tenemos una identidad, por
qué negarlo, pero no es unívoca, es la
identidad inmigrante una identidad compuesta, que es la suma de las
circunstancias que hemos vivido y nos ha hecho mestizo el corazón. De hecho,
como Amin Maalouf también creo que todos tenemos identidades compuestas, pero
que cuando uno de los componentes de esta identidad viene insultado, prohibido,
atacado, se crece para defender su integridad.
Como
decía anteriormente, las etiquetas no son inocentes, muchas veces se generan
con la intención de herir: sudaca, moro, negro; hasta la palabra mujer y sus
sinónimos a veces se usa como etiqueta despectiva generalmente para llamar la
atención sobre la debilidad de un hombre.
Lleida
cuenta con una importante comunidad inmigrada del Sur, de muy al Sur; esta noche
no quiero hablar de números, una comunidad que intenta ser intercultural,
porque multicultural ya es. Ahora necesitamos acciones de empoderamiento,
debemos hacer fuertes estos colectivos para que puedan sentir orgullo de sus
orígenes pero también de su nueva querencia.
Patricia Rocha Antonelli
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